Llegó a la institución hace 17 años, después de haber trabajado ad honorem en otra escuela de la misma ciudad, pero en la zona urbana.
Graciela Peñalba, otra trabajadora que ya se retiró, fue quien le enseñó los secretos del oficio que cada día profesa con el mismo entusiasmo del primer día que se colocó el delantal para encargarse de la limpieza de la escuela y el refrigerio de los alumnos.
Aunque la escuela N°27 está ubicada a la vera de la 4, una transitadísima calle rural que une Roca con Allen, tal vez la mayoría de los que pasan por ese sector desconocen que allí sobrevive, entre el paisaje de las chacras, un verdadero monumento a la educación de la región. El próximo mes cumplirá 110 años desde su fundación.
La escuela aún conserva sus aulas tal como fueron construidas, con un piso parquet que entre tantos detalles de cuidado y conservación, jamás podría haber atravesado todos los tiempos sin la minuciosa tarea de las porteras y los porteros. No hay paredes ni bancos rayados, todo está en perfecto orden.
Un pedazo de la vida de Flor está entre los pasillos y galerías de la escuela. Y aunque sabe que se acerca el momento de jubilarse, no se imagina en otro escenario que no sea el de la ruralidad, el trabajo y la educación. “Cuando yo llegué a esta escuela acá venían mis nietos. Ellos me decían abuela y también era la abuela de los 170 chicos que teníamos en los distintos grados. Hoy todavía me encuentro con chicos en la calle que me dicen abuela o cómo anda portera. Para mí es lo más lindo que te recuerden”, asegura.
“Yo elegí este oficio”, recuerda cuando cuenta cómo logró su nombramiento, después de un largo periodo de trabajo sin cobrar un solo peso. Y no dudó en dar el sí cuando le presentaron entre las opciones la escuela rural, alejada de la zona urbana. “Ingresé a esta escuela y me enamoré de este lugar. Ser portera es ser muchas cosas. Sos mamá, sos abuela, sos un poco médico cuando algún nene se lastima, terminás siendo el oído de muchas mamás que vienen, te plantean un problema y después de tomás el trabajo de trasladarlo a dirección. En esta escuela hemos hecho roperos, ayudado a personas cuando lo necesitan”, explica.
En la escuela N°27 se prepara el desayuno, el almuerzo y el refrigerio de la tarde. “Hace dos años me ofrecieron irme a un jardín, a dos cuadras de mi casa, porque estoy operada de la espalda. Pero con todo respeto respondí que a mí ni con el ejército me sacan de esta escuela. A mí me enseñaron que esta escuela es un patrimonio nacional y cuando ellos son chiquitos yo se los transmito. Es nuestra casa, es de todos, y tenemos que cuidarla. Nosotros nos encargamos de hablar con los alumnos y si visitan la escuela no van a encontrar rayones de lapiceras. Entre todos cuidamos esta escuela, entre docentes y directivos. Somos compañeros”, relata.
Flor integra el equipo de la tarde junto a Nancy y Facundo, que se sumaron a principio de años y trabajan codo a codo para que la escuela brille en cada rincón y no le falte nada a los niños y las niñas.
“Mi vida es esto, la escuela, los chicos” - insiste - mientras la emoción le anuda un poco la garganta y la vocación de servir le aflora en cada frase. Porque para ser portera, como dice Flor, hay que tener mucho amor.